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Alfredo Yabrán y su frase célebre: «TENER PODER ES TENER IMPUNIDAD»

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El 20 de mayo de 1998, Alfredo Yabrán terminaba con su vida disparándose en la boca. A partir de allí, su herencia se convirtió en un misterio, salvo en el nombre de quien se puso al frente del emporio de empresas: Héctor Colella quien, como la viuda y los hijos de Yabrán, residen en Montevideo.

Alfredo Yabrán tenía algunas fobias. Las más notorias: ser fotografiado y que le esposaran las muñecas. La primera lo condujo a la acusación de instigar el asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas y la segunda, al suicidio. En definitiva, ese sujeto obsesionado con ocultar su rostro se lo terminó borrando con un escopetazo.

Eso ocurrió el 20 de mayo de 1998 en el baño del casco de la estancia San Ignacio, cercana a la ciudad entrerriana de Gualeguaychú, ya rodeado por policías con una orden de arresto en su contra. De inmediato, aquella noticia atrajo allí a la prensa nacional y extranjera como el dulce de leche a las moscas.

A la noche, una multitud de movileros y curiosos rodeaba, en esa urbe, el local de la funeraria Previsora. Adentro, en una salita aledaña a la cochera, dos empleados y el dueño preparaban al difunto para su último adiós.

En eso, irrumpió su hermano, Oscar Yabrán (a) “Negrín”, al grito de:

–¡Si veo a un periodista lo mató!

Aquella frase estremeció al periodista del diario Perfil, Hernán Brienza, escondido detrás de unos ataúdes apilados. Entonces cruzó su mirada con la del enviado de América TV, Facundo Pastor. Manuel Lazo, del diario El Día de Entre Ríos, permanecía cerca de ellos con los párpados súbitamente crispados.

Los tres se habían colado al ingresar la ambulancia que transportaba el cadáver del magnate. Finalmente, el asunto no pasó a mayores.

Mientras tanto, en San Ignacio, la policía hallaba dos cartas póstumas de Yabrán, dirigidas, respectivamente, a la familia y su secretaria. Ambas, entre otras consideraciones, tenían en común tres palabras y las iniciales de un nombre: “Mi heredero es HC”.

Se refería a un tal Héctor Colella. Ello era parte de un thriller financiero con final abierto. 

El cartero llama dos veces

Sus primeros capítulos vieron la luz unos meses antes, en coincidencia con el desplome del tan preciado perfil bajo de Yabrán a raíz de dos contratiempos: la inflamada denuncia que le hiciera el ex ministro de Economía, Domingo Cavallo, por liderar –según sus palabras– “una mafia enquistada en el poder” y la trascendencia que el caso Cabezas le confirió a su figura.

Fue en tales circunstancias cuando, silenciosamente, su empresa postal OCA –ya a nombre de Colella, su empleado más dilecto– absorbió el paquete accionario de Ocasa (dedicada a soluciones logísticas). Aquellas eran las dos naves insignias de su imperio.

El 19 de diciembre de 1997, Cavallo se atragantó durante su merienda con una medialuna, al leer en el diario norteamericano The Wall Street Journal que el Exxel Group, una firma de inversiones compulsivas, había adquirido OCA y Ocasa, junto con otras empresas de don Alfredo. A saber: Edcadassa (abocada a los depósitos fiscales), Inversiones y Servicios (abocada al rubro inmobiliario), Intercargo (abocada a las rampas aeroportuarias), Interbaires (abocada a los free shops) y Villalonga Furlong (abocada a transportar cargas en gran escala.). Todo por 605 millones de dólares.

Cavallo, ya inapetente, enarcó las cejas al leer que el ex embajador de Estados Unidos, Terence Todman, había sido el lobista del asunto. Pero aún no olfateaba su verdadera naturaleza: una “autocompra-venta” con fines de blanqueo. Es allí cuando apareció otro personaje clave de este culebrón: el CEO del Exxel Group, Juan Navarro.

Lo cierto es que en aquel momento nadie imaginó que, casi cinco meses después, Yabrán empezaría a tomar sus primeras lecciones de arpa. No menos cierto es que ello puso muchas cosas en un forzado sitio. 

En el plano criminológico, la pesquisa por lo de Cabezas siempre supo bailotear entre dos hipótesis: la pista policial y la pista Yabrán. Puesto que la primera apuntaba sobre la responsabilidad del gobernador Eduardo Duhalde, éste depositó todos los recursos a su alcance en inclinar la carga de la prueba hacia su acaudalado archienemigo. Fue una furiosa pulseada no ajena a otra: la de Duhalde con el presidente Carlos Menem –el protector de Yabrán–, a quien pretendía suceder en la Casa Rosada.

Así fue como el crimen del fotógrafo se convirtió entonces en un tema central de la política. Desde luego, el disparo que se descerrajó el empresario fue leído –antojadizamente– como la admisión de su propia culpa. El “Cabezón” –como sus íntimos llamaban al mandatario bonaerense– había ganado la partida.

En el plano financiero, Colella fue el gran beneficiario de esa tragedia. Pero a cambio de ser el “ángel guardián” de la familia del suicida, compuesta por la viuda, María Cristina Pérez, y sus tres hijos, Pablo –de 25 años en aquel entonces– Mariano –de 24– y Melina –de 19–. De modo que el testaferro pasó a fungir de albacea con poderes plenipotenciarios. Y enlazado al lábil Navarro en una red de sociedades anónimas con traza laberíntica.

A su vez, Cavallo dio por concluida su epopeya purificadora.

En aquel contexto, cierta prensa le sacaba el jugo a un interrogante que desvelaba al público: ¿en el féretro enterrado en el Parque Memorial de Pilar estaban realmente los restos de Yabrán? Claro que, desde lo mediático, tal fantasía eclipsó el enigma sobre el destino de su patrimonio.

Al respecto, solo se filtraba cada tanto algún dato fragmentario. Que la residencia familiar en la localidad bonaerense de Martínez –llamada Mansión del Águila– se ofrecía en venta (por siete millones de dólares). Que en idéntica situación estaba otra lujosa casona, también en Martínez (por la misma cifra). Que la sociedad Yabito, constituida para controlar los campos de Yabrán, se encontraba al borde de la fragmentación con el traspaso de la famosa estancia San Ignacio a otro propietario. Y que la sociedad Bosquemar, constituida para controlar los bienes de Yabrán en Pinamar, había comenzado su desguace con la venta al empresario Samuel Liberman del hotel Arpacis, en una operación que también incluyó al complejo –de cabañas y hoteles–Terrazas al Sol (por 20 millones de dólares).

En rigor, del total de sociedades y bienes dejados por el patriarca a sus herederos no hay información precisa. En los años inmediatamente posteriores a su deceso, únicamente trascendió que éstos conservaban las firmas Lanolec (de taxis aéreos), Aylmer (de operaciones inmobiliarias) y lo que quedaba de Bosquemar, puesto que en algún artículo frívolo de la revista Gente se deslizó que el joven Pablo pululaba en sus directorios. Simples rumores.

Porque –al igual que don Alfredo– más que por sus dichos y acciones la señora María Cristina y sus tres retoños hablaban a través de sus ausencias.

En tal lapso hasta cortaron todo vínculo con el abogado del empresario, Pablo Argibay Molina, con su vocero Wenceslao Bunge y con sus hermanos “Negrín” y Felipe “Toto” Yabrán (quien administraba Yabito). ¿Y Colella? Su paradero era un misterio.

En cambio, Navarro se había convertido en el empresario más exitoso del momento. Ya a fines de 2000, el titular del Exxel Group escalaba al tercer puesto en la lista de mayores empleadores del país. Su holding tenía más de 70 empresas y una facturación total de casi cuatro mil millones de dólares.

Aquel año, todos los acusados por el crimen de Cabezas (cuatro policías bonaerenses, cuatro lúmpenes de la banda Los Horneros y el jefe de seguridad del empresario postal) fueron condenados a perpetuidad. De modo que Yabrán quedó como el gran culpable in absentia. 

Fue en 2002 cuando María Cristina y sus hijos abandonaron Argentina para radicarse en Uruguay. En Montevideo fueron recibidos por un viejo conocido: el señor Colella, establecido allí unas semanas antes.

El misterio del tesoro escondido

A casi 24 años del suicidio del “Cartero” –así como se lo llamaba a Yabrán–, qué quedó de su imperio financiero continúa siendo la pregunta del millón (o de los tres mil millones de dólares que le adjudicaban al momento de morir). Algunos medios señalaron recientemente que, ya concluidos los trámites sucesorios, la familia habría obtenido entre 400 millones y dos mil. Semejante oscilación (solo comparable a estimar que la estatura de alguien fluctúa entre los 90 centímetros y los dos metros) indica que en realidad aún no se sabe absolutamente nada. Pero en algún lugar ese tesoro existe.

Sin embargo, tanto María Cristina como su hija Melina carecen de toda actividad financiera. Pablo se dedica a un quehacer relacionado al negocio del entretenimiento. De modo que Mariano es el único empresario de la familia, pero sin la perversa genialidad de su progenitor.

La viuda habita en solitario una inmensa casona en el exclusivo barrio montevideano Manantiales de Carrasco (valuada en dos millones de dólares) y disfruta de largas temporadas en Punta del Este bajo el techo de una fortaleza paradisíaca (de casi tres millones), vigilada por un ejército de custodios. Así transcurren sus días del presente.

Melina, la más joven de los Yabrán, a los 43 años se reparte entre su casa del barrio cerrado Jardines de Carrasco, en Montevideo (valuada en un millón y medio), y sus estadías bonaerenses en un chalet de Nordelta (valuado en casi un millón), sin que se le conozca ocupación alguna.

Por su parte, Pablo, ya de 49 años, abdicó a su vocación aeronáutica (supo ser piloto de Lanolec, posteriormente rebautizada Royal Air), para pasar música en fiestas electrónicas con el pseudónimo de “DJ Pilot”. No obstante, acredita tener a su nombre en el Banco Central de Uruguay todas las acciones de MPT Mangament Corp, dedicada al asesoramiento de inversores.

Mariano, a los 48 años y con un diploma de abogado, gestiona desde sus oficinas del World Trade Center, el más moderno complejo empresarial de Montevideo, varios asuntos binacionales: es el CEO de Sendit, una compañía postal uruguaya desde la cual se empeña en emular la especialidad del papá, y desarrolla proyectos inmobiliarios en toda la Banda Oriental con la compañía Greenpol SA. En la otra orilla del charco administra lo que quedó de Yabito.

Lo cierto es que en la familia del Cartero no hay muchos elementos que conduzcan hacia el imperio que él dejó, salvo la solvencia de sus integrantes.

En este punto es necesario reparar en el bueno de Navarro. Quien fuera el lobo de las finanzas en el mercado financiero nacional, había comenzado su debacle durante el primer lustro del nuevo siglo debido a una constelación de factores. Así, el Exxel Group fue desarmando su conglomerado con la venta forzada de casi todas sus empresas, conservando en 2006 solo una docena.

Justo entonces Navarro tuvo un problemita penal con el grupo Carrefour por un fraude en la venta de supermercados Norte por 120 millones de dólares. Fue memorable. La compañía francesa lo acusaba de haber incurrido en lo que se llama “contabilidad creativa”. En otros términos, el tipo infló los balances de Norte para obtener un precio mayor en la transacción.

En mayo de 2021 tuvo otro problemita en Uruguay, cuando se le abrió una causa por la venta de la sociedad licenciataria de la marca Lacoste para el Cono Sur, sin repartir los dividendos con sus socios de la firma Caporal.

Pero en lo que hace al asunto Yabrán, hay que retroceder a fines de los ’90, cuando una Comisión del Congreso pudo determinar que, en la compra de sus empresas por parte del Exxel, muchos presuntos inversores en realidad no participaron de la operación, mientras otros sí lo hicieron pero sin figurar en las actas presentadas por Navarro. No obstante, la muerte de Cartero paralizó el trabajo de la Comisión.

Ello obliga a de retomar la figura de Héctor Colella.

Una pista de esta trama se encuentra en los “Pandora Papers” –así como se denomina un archivo documental en poder del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ por sus siglas en inglés) –. Allí justamente, hace apenas tres meses, saltó el nombre Colella con una jugosa información: el empleado preferido de Yabrán controla con su esposa, Marta Ortíz Fissore, nada menos que 147 millones de dólares depositados en cuentas bancarias de Merryl Lynch y Morgan Stanley. Tal suma llegó allí a través de una estructura offshore ramificada en Nueva Zelanda, Islas Vírgenes y Uruguay. El hecho es qué el origen de de aquellos billetes fue la venta de Ocasa al Exxel Group.

Seguramente este es un punto de partida para futuros hallazgos.

Mientras tanto, Colella sigue residiendo en Montevideo. Allí –junto a su hijo, Federico– regentea su propio conglomerado de empresas, entre las cuales resaltan Adea y Pickit (dedicadas a los servicios logísticos), Staples Argentina (dedicada a vender artículos de oficina) y Ocasa, cuya titularidad la blanqueó en 2005; o sea, ocho años después de su presunta venta al Exxel Group.

El actual holding de Colella se llama HC Corporation. Precisamente las mismas iniciales que, en una ya remota mañana, Yabrán trazó con caligrafía apurada en sus cartas póstumas, antes de antes de dispararse un tiro en la boca.

Los vínculos de Alfredo Yabrán con Menem y la familia Macri

Muy cercano a Carlos Menem, se Alfredo Yabrán se dijo incluso que puso en el cargo al ministro de Justicia menemista Elías Jassan, quien renunció luego de que en 1997 se revelara que había mantenido más de 100 contactos telefónicos con el empresario. “No tengo ni he tenido relación alguna con el señor Yabrán”, intentó justificar Jassan, sin demasiado éxito.

Años atrás, Jorge Asís reveló incluso que Yabrán había concentrado múltiples negocios con la familia Macri, y que incluso el propio Mauricio Macri había actuado de nexo entre Yabrán y su padre, Franco Macri.

La muerte de Yabrán y el manto de dudas

Una crónica del diario Clarín en 1997 relata que en la pausa de Hora Clave, Yabrán miró a los periodistas y fotógrafos que cubrían en vivo la entrevista y les preguntó: “¿Ustedes no me tienen miedo, verdad?”. No tuvo respuesta.

Antes del asesinato de Cabezas hubo otros episodios de ataques a periodistas que intentaban acercarse a Yabrán: Fernando Amato, que trabajaba en Noticias, fue sacado a los tiros por la custodia del empresario. Jorge Peñín, que trabajaba en Canal 11, también fue agredido. Una cronista del diario La Prensa fue atacada por el hermano de Yabrán en Entre Ríos.

El suicidio de Yabrán

Alfredo Yabrán se suicidó de un escopetazo el 20 de mayo de 1998 en el baño de la Estancia Larroque, una de sus propiedades en la provincia de Entre Ríos, donde se escondía de la policía: unos días antes, el juez federal de Dolores José Luis Macchi había ordenado su detención. El magnate era acusado de instigar el asesinato de Cabezas, cometido por los policías Gustavo Prellezo, Miguel Retana, Sergio Camaratta, Horacios Anselmo Braga y Anibal Luna, entre otros. Hoy no queda ninguno tras las rejas. 

El suicidio de Yabrán desató una gran conmoción en la política y el empresariado. Se pegó un tiro en la boca con una escopeta 12/70 y si bien en un comienzo se dijo que el cuerpo estaba irreconocible, quienes pudieron verlo sin vida lo reconocieron.

A lo largo de los años salieron a la luz los mitos sobre el verdadero paradero de Yabran. En los inicios de los 2000, se decía que vivía en las Bahamas. En 2002, ese mito se avivó a raíz de una transacción hecha con su nombre. Una encuesta de la consultora Navarro y Asociados publicada por el diario Perfil en aquellos años reveló que sólo el 31 % creía que Yabrán se había suicidado, mientras que el 22 % creía que no estaba muerto.

Hernán Brienza y Facundo Pastor, los dos periodistas que, escondidos, lograron ver el cuerpo sin vida de Yabrán en la funeraria de Entre Ríos, no lo dudan: era el cuerpo sin vida era de Yabrán, uno de los empresarios más poderosos de los noventa, que se jactaba de que ni la SIDE tenia una foto tuya, y de que fotografiarlo era como pegarle un tiro en la cabeza.

En esa sala también estaba Oscar Miguel Yabrán, hermano de Yabrán, que lanzó una frase que quedó en la memoria de los cronistas escondidos: «¡Si veo a un periodista lo mato!».

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