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Carta abierta a Mirtha Legrand: «La hipocresía de señalar con el dedo»

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Señora Mirtha Legrand, Con asombro y cierta indignación escuché sus recientes críticas al gobierno, al que usted acusa de ser el culpable de que «el dinero no alcance para comer» y de «lo mal que están los jubilados».

Sus palabras, cargadas de aparente indignación, resuenan en un país que sufre, pero me permito alzar la voz, no para defender a ningún gobierno, sino para señalar una verdad incómoda: usted también es parte del problema que tanto critica.

Hablo desde el conocimiento de la historia, no desde la ceguera de la idolatría ni la defensa ciega de un sistema. Me asombra que alguien como usted, una figura pública de décadas, se atreva a lanzar juicios tan contundentes sin antes mirarse al espejo.

¿Acaso olvidó que su propio chofer, un trabajador leal, apenas sobrevivía con el salario miserable que usted le pagaba? ¿Dónde estaban sus principios cuando ese hombre luchaba para llegar a fin de mes, sin siquiera recibir el pago de sus horas extras? No es un caso aislado, señora Legrand. Miles repiten su ejemplo, perpetuando la misma miseria que usted dice condenar.

Y qué decir de aquella funcionaria del gobierno anterior, que intentó pagar a su empleada doméstica con un plan social. ¿lo recuerda?

Mientras usted critica desde su pedestal, su propia conducta refleja la misma mentalidad de casta que tanto dice despreciar. Porque sí, señora, usted es parte de esa casta.

Lo demuestra al preparar a su nieta para heredar su trono en los almuerzos eternos, como si la televisión argentina fuera una monarquía hereditaria. ¿Acaso no hay espacio para nuevas voces? ¿O es que el privilegio debe quedarse en familia?

No se trata de negar su trayectoria ni su derecho a opinar. Pero la crítica, para ser legítima, debe empezar por casa. Antes de señalar la paja en el ojo ajeno, revise la viga en el suyo. Porque el cambio que tanto exige no llegará mientras quienes alzan la voz se nieguen a asumir su propia responsabilidad en las desigualdades que nos ahogan.

Señora Legrand, el país que soñamos no se construye con discursos vacíos ni con lamentos televisados. Se construye con coherencia, con acciones que respalden las palabras. Espero que su nieta, cuando tome las riendas, no solo herede su mesa, sino también una lección: que el verdadero liderazgo no se mide en audiencias, sino en la justicia con la que tratamos a quienes nos rodean.

Que pague bien a su chofer, que dignifique a sus trabajadores, que rompa el ciclo de la hipocresía. Porque si queremos un país donde el dinero alcance para comer y los jubilados vivan con dignidad, debemos empezar por no ser cínicos.

El cambio no empieza en el gobierno, empieza en nosotros. Y sí, señora Legrand, también en usted.

Con respeto, pero sin miedo, Marcelo Fava.

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